jueves, 25 de septiembre de 2008

Llegada al Aro

Bahnberg pasó el primer control de identidad. Enseñó su tarjeta, la pasó por el lector como quien pasa un billete de tubo y siguió adelante. El segundo control fue igualmente sencillo. El billete de lanzadera hizo el trabajo. Siguió adelante con su pequeño maletín.

Hacía tiempo que Europa no lo llamaba para una misión de estas. Subir al Aro. La última vez casi murió allí. O fuera de allí.

Pasó el tercer control: huellas dactilares, calor corporal y huella ocular. Un invento el cacharro ese, algún pirado de la vieja NSA que seguro que venía del MIT combinó el viejo lector de iris y el menos conocido retinógrafo, ambos de finales del siglo XX, en un único aparato bastante sencillo de usar, y prácticamente imposible de engañar.

Prácticamente.

Bahnberg llegó con el maletín al avión, se sentó, oyó sin atención las instrucciones de seguridad y continuó pensando en la última vez que estuvo en el Aro.

En aquel entonces el Aro estaba en aún construcción. Europa, Estados Unidos e India lanzaban una sección cada pocos años, y había que subir en transbordador, los herederos del Challeneger. No como hoy en día. Hoy te montas en un avión prácticamente normal con motor cohete, y el avión se eleva normalmente hasta los once mil metros, y allí enciende el motor cohete, apaga los reactores y se continúa elevando sin prisa hasta la órbita de aparcamiento. Y desde allí, maniobras espaciales estándar con destino al Aro.

A medida que subían Bahnberg vió pasar por debajo suyo los Alpes, las llanuras del Danubio, los Cárpatos, luego todo Oriente Medio, India... cada vez más lejos, hasta que el avión giró sobre sí mismo y dejó de ver la Tierra. El Aro surgió ante Bahnberg. Y esta vez estaba casi acabado. Se veía acabado, aunque no lo estaba. Había unos tres grados continuos sobre Arabia, y dos más sobre América. Y algunas otras secciones sueltas en África Occidental y el Pacífico, quizá cuatro grados en total de los trescientos sesenta.

Aparte del Icosaedro. Los cinco sectores EM originales se convirtieron luego en diez, y luego en veinte, y se alteraron las órbitas luego para que siempre tuvieran una disposición sobre la Tierra semejante a la de un icosaedro. El sustituto moderno de los viejos sistemas GPS, Galileo y Eureka. Telefonía, Internet por satélite, salvamento marítimo, control aéreo...

Cada sección en órbita era un enorme contenedor estanco, básicamente, con unos paneles solares gargantuescos y una gran ventana. Todos tenían algún tipo de jardín frente a la ventana, por la cosa del oxígeno. La ventana siempre apuntaba hacia el exterior del Aro, con lo cual el jardín tenía un ciclo de luz y oscuridad semejante al natural.

El resto del espacio ahora se ocupaba en habitación, despachos científicos, talleres, centros de comunicaciones... la idea original de tener contenedores relativamente independientes aunque con cada contenedor llevando una de las tareas pesadas había desaparecido y ahora cada sector continuo del Aro era una unidad interdependiente. En el concepto original podía desaparecer un sector sin que el Aro se viera en peligro. Todo lo mas, algunas incomodidades. Ahora, con casi un millón de personas viviendo en el Aro, si un contenedor fallara podría haber serios problemas. Menos mal, pensó Bahnberg, que prácticamente todos los servicios estaban en más de un contenedor.

El baloncesto espacial ahora era un deporte de competición profesional, con campos específicamente construidos para ello, y ya no era necesario ponerse el traje para ir de un contenedor a otro. Los contenedores seguían orbitando como elementos independientes, pero ahora de contenedor en contenedor había túneles flexibles, fabricados con materiales de alta resistencia a la tensión y protegidos de los micrometeoritos mediante mallas hechas de fibras de carbono. Aunque no se recomendaba: no había protección contra la radiación. El viaje de un kilómetro en telecabina duraba aproximadamente un minuto.

Bahnberg recordaba la escena cuando llegó y le explicaron las normas de seguridad a bordo, aquella primera vez. Esta vez podría saltarse esa parte: aparte de que las habían relajado, tenía un "pase de antigüedad", al haber estado ya allí.

El avión llegó, se acopló al contenedor Scott Card-472, Bahnberg cogió su maletín, se despidió de los tripulantes de cabina (aquello ya no era una profesión sólo para mujeres, los hombres podían sonreír igual de bien) y pasó al Aro.

-Agente Bahnberg, qué sorpresa. De nuevo por aquí.
-¿Ferdinandi?
-Sí. Ahora soy el Administrador del Sector. Cosas de la antigüedad. Ya sabe, es un grado.
-Sí. Yo tampoco soy ya Agente, oficialmente. Me han hecho subir algunos grados. El primero en cuanto llegué abajo la otra vez que salí de aquí.
-¿Una Jefatura?
-Una Dirección de Área. Pero Agente me sigue sentando mejor en los oídos. El resto es burocracia...

Ambos sonrieron: sabían perfectamente que el puesto de Ferdinandi era uno de los más burocráticos que existían.

-Te he reservado el mismo camarote en el Larry Niven.
-¿Te acordabas?
-Estaba en los registros- mintió Ferdinandi. Ambos volvieron a sonreir.
-¿A las siete hora local?
-Ahora yo decido la hora. Y no voy al comedor común. Es deprimente: allí no soy uno más. Como Administrador me miran como a un jefe, no un compañero. Por eso cuando no tengo una cena de trabajo, ceno solo, y me la ponen a la hora que yo diga. Ser el que manda también tiene sus ventajas- acabó Ferdinandi -. Vamos.
-Está bien.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Llegada al Aro

Bahnberg pasó el primer control de identidad. Enseñó su tarjeta, la pasó por el lector como quien pasa un billete de tubo y siguió adelante. El segundo control fue igualmente sencillo. El billete de lanzadera hizo el trabajo. Siguió adelante con su pequeño maletín.

Hacía tiempo que Europa no lo llamaba para una misión de estas. Subir al Aro. La última vez casi murió allí. O fuera de allí.

Pasó el tercer control: huellas dactilares, calor corporal y huella ocular. Un invento el cacharro ese, algún pirado de la vieja NSA que seguro que venía del MIT combinó el viejo lector de iris y el menos conocido retinógrafo, ambos de finales del siglo XX, en un único aparato bastante sencillo de usar, y prácticamente imposible de engañar.

Prácticamente.

Bahnberg llegó con el maletín al avión, se sentó, oyó sin atención las instrucciones de seguridad y continuó pensando en la última vez que estuvo en el Aro.

En aquel entonces el Aro estaba en aún construcción. Europa, Estados Unidos e India lanzaban una sección cada pocos años, y había que subir en transbordador, los herederos del Challeneger. Cada sección en órbita era un enorme contenedor estanco, básicamente, con unos paneles solares gargantuescos y una gran ventana. Todos tenían algún tipo de jardín frente a la ventana, por la cosa del oxígeno. La ventana siempre apuntaba hacia el exterior del Aro, con lo cual el jardín tenía un ciclo de luz y oscuridad semejante al natural.

Cada contenedor tenía un número, evidentemente, y también un nombre. Nombres de científicos, prácticamente desconocidos todos. Salvo el primero, que llevaba el nombre de un tal Larry Niven. Bahnberg solo sabía que no era un científico sino algún tipo de autor. Cada uno tenía algunos sectores de vivienda y de almacenes, y debía poder ser autónomo. Pero la mayor parte del espacio de cada contenedor, o HOU, como se llamaban oficialmente, tenía un gran espacio para uso diverso. El Larry Niven-1 tenía una planta de potabilización de agua y un gran reservorio. El Turing-9 tenía una planta química capaz de hacer cualquier cosa, con tal de tener los reactivos necesarios. El Chandrasekhar-2 una planta nuclear, y así sucesivamente.

Los primeros quince HOU habían sido lanzados a órbitas bastante cercanas entre sí. En realidad se movían muy poco unos con respecto a otros. Se movían tan poco unos respecto a otros que los obreros habían inventado el baloncesto espacial: tratar de acertar en la escotilla del HOU que estaba en montaje desde la escotilla del anterior, a un kilómetro de distancia. Y se habían hecho bastante buenos en ello. No perdían muchos balones, y no solamente por la red de seguridad que rodeaba siempre un contenedor en construcción.

Los obreros de la construcción siempre eran obreros, ya fuesen albañiles trabajando de sol a sol en destrozar una costa para el turismo, silbando a las tías buenas que pasaban por la calle, o ingenieros aeroespaciales montando estaciones orbitales, bromeando y mirando sin pudor a los oficiales sexualmente compatibles y a las tripulaciones de carga. Trabajaban en turnos cortos, nunca más de tres semanas seguidas y nunca menos de tres semanas de descanso. La descalcificación orbital y la pérdida de equilibrio no perdonaban, y cualificar a un ingeniero aeroespacial como soldador, electricista, fontanero, jardinero, alicatador y astronavegador salía muy caro como para tener que darles una baja permanente.

Bahnberg recordaba la escena cuando llegó y le explicaron las normas de seguridad a bordo:

-Cada Hábitat Orbital Unitario está bajo una jurisdicción distinta. Todos se encuentran bajo el Convenio Internacional para la Estación Orbital Geosincrónica Periterráquea, pero aparte de lo establecido en el Convenio cada HOU se encuentra bajo las leyes del país de lanzamiento, sea Europa, Estados Unidos o India. Así que tenga en cuenta que, por ejemplo aquí en el Larry Niven, no puede utilizar dispositivos inalámbricos de ningún tipo sin autorización previa. Las armas están prohibidas en todos los HOU.
-Tengo una autorización, señor...
-Secretario Ferdinandi, Agente Bahnberg.
-Le decía que tengo una autorización expresa del Consejo del Convenio para portar armas a bordo, Secretario.
-Llámeme simplemente Ferdinandi, Agente, pero de todos modos deberá depositar sus armas aquí.

Siendo la primera vez, Bahnberg no sabía el terreno que pisaba, así que entregó su pistola reglamentaria, su navaja suiza y su cortador láser.

-La herramienta multiuso la puede conservar, Agente Bahnberg, en los HOU europeos no se la considera un arma.
-¿Y cómo realizaré mi trabajo? Le recuerdo que se trata de una investigación de asesinato. Un hombre ha muerto aquí arriba, lo que quiere decir que hay un asesino, y que puede matar otra vez.
-Tenga, estas son las armas autorizadas en la EOGP. No suponen riesgo para el casco ni la ventana, en sus usos normales.

Ferdinandi entregó un maletín a Bahnberg y, sin pausa, caminó hacia los camarotes, sin dar a Bahnberg tiempo para abrirlo.

-En estos quince HOU se utiliza la hora de Arabia, UTC+3. No creo que tenga que viajar a los demás.
-¿Los satélites de comunicaciones?
-Preferimos llamarlos HOU de campo EM. Son cinco, repartidos a distancias iguales...
-Ya lo sé, Ferdinandi. A distancias iguales sobre la órbita del Aro de manera que entre todos cubren toda la superficie de la Tierra y a la vez pueden verse unos a otros.
-Exacto.
-¿Por qué lo de Campo EM?
-Porque no solamente se utilizan para comunicaciones, Agente Bahnberg. Utilizan la mayor parte del espectro EM: hacen radioastronomía, observaciones meteorológicas...
-Y de espionaje.
Ferdinandi miró con un poco de cara de disgusto a Bahnberg, pero su perfecto entrenamiento condicionado de Secretario no permitió que fuese más que un momento.

-...observaciones de astronomía óptica e infrarroja y coordinadas de Rayos X y Rayos Gamma. Se comunican con la Tierra y entre sí en radio, microondas y láser.
-Bien.
-Le decía que en estos satélites utilizamos la hora de Riyad- Ferdinadi no dejaba escapar su deber -. Le sugeriría que sincronizara su tira de muñeca con ella, sus procesadores lo harán automáticamente. La cena es a las siete, hora local.
-De acuerdo, gracias.

Ferdinandi salió y Bahnberg por fin abrió el maletín de armas, de acero plastificado rojo. Vio una pistola táser, una pistola de aire comprimido, una especie de bolígrafo con altavoz y algo que reconoció como un generador de impulsos electromagnéticos. Además, había un juego de tarjetas llave que seguramente servirían para todas las cerraduras de los sectores. Cogió otra vez la pistola de aire comprimido mientras pedía un té a la autococina del camarote y sonrió.

-¿Qué hago yo con esto?

martes, 16 de septiembre de 2008

29 días

IOWA - Noviembre - 2008

Como siempre que se te necesita, has vuelto a ser reclutado para una misión muy importante.

Un profesor de la universidad, Oliver Stone, científico, estaba haciendo una investigación para nuestra agencia. Con nuestros fondos, se dedicó a hacer otro tipo de investigación muy diferente a la que se le había pedido. La primera investigación se basaba en estudiar las cadenas del ADN humano, pero él fue más allá. Quería hacer que los muertos volviesen a la vida. Hizo una serie de mutaciones genéticas en la cadena del ADN del Genoma Humano. Se dedicó a robar cadáveres de la morgue del Hospital Central derivando así sus investigaciones. Una de las cadenas del ADN sufrió una mutación inesperada. Los cadáveres volvían a la vida y caminaban.. Pero estaban sedientos de sangre y eran muy agresivos. Dado el error de mutación en la cadena de ADN, los no-muertos están mutando. Cada vez son más fuertes. Cada vez es más difícil matarlos por segunda vez.

Vuestra misión consiste en ir a la universidad en busca del profesor para recabar información sobre quién fue el Infectado 0 ó 1 para poder hacer una vacuna contra la mutación con su sangre. Mientras tanto, a los no-muertos que encontréis, tenéis que hacerles una sencilla prueba de ADN para saber de qué generación son. Si es generación 0 ó 1, guardar varias muestras para la vacuna, si no, los podéis matar tranquilamente.

La mayor parte de la ciudad ha sido evacuada, quedan pocos supervivientes, han pasado 29 días desde la primera infección. Hay zonas seguras hechas por el Ejército.

La zona de la universidad y el centro de la ciudad va a ser bombardeada para su posterior limpieza. Tenéis poco tiempo para realizar la misión. Si en 29 días han sido casi 2.000.000 de infectados, sólo Dios sabe qué puede pasar en otros 29 días.

Que Dios os ayude.

Atentamente:

A.I.C.E. (Agencia de Investigación para el Control de Enfermedades)

P.D.: Para poder hacer la prueba de ADN con la sangre recogida de los infectados, éstos tienen que estar vivos. Es muy importante.

P.D.2: Hay que tener especial cuidado con los mordiscos y arañazos, es la forma con la que se transmite el "virus".


He de decir que esta partida de Zombie, para mí fue importante, no fue de las mejores, pero fue escrita por mí. Me basé en una película de zombies, por supuesto, titulada "El Amanecer de los Zombies. House of the Dead 2".
Los Pj's eran militares, uno de ellos era médico, que llevaba un sencillo aparato de análisis de ADN el cual les decía de qué generación era cada no-muerto.
La dificultad en la partida fue que no podían matar a los zombies de lejos. Tenían que inmovilizarlos para poder realizar el análisis, y depende del resultado, los mataban inmediatamente o no. La cuestión era, que la sangre de los zombies se secaba al instante de morir por segunda vez, con lo cual, no podían hacer el análisis si los mataban. Tenían que buscar el infectado 0 ó 1. Otra dificultad añadida, puesto que infectados generación 0 había 1, e infectados generación 1, también había 1. Eso entre 2.000.000 de infectados.
Sabían que la infección empezó en la universidad. La agencia les dijo que tenían más o menos un mes para investigar (29 días) pero realmente eran 48 horas, después de las cuales, se bombardearía la zona universitaria sin previo aviso.
El infectado generación 0, era el propio profesor, y el infectado generación 1 era la esposa. Al final los encontraron, gracias a la benevolencia de esta que escribe, el máster o la máster.
Salieron airosos del embrollo. No sin algún susto que otro en algún armario, y un aliciente más. Uno de los pj's era un loco escapado de un manicomio (Alfredo) con un disfraz de bombero,(el resto de pj's no sabían si era bombero real o no) que no entendía, o no quería entender lo que ocurría, y todo lo que quería era acabar con la vida de los otros pj's, puesto que él creía firmemente que había una conspiración contra él. Otro de los pj's (Javi) supo hacerse más o menos con él porque cuando tenían que matar a un zombie, dejaba que se explayara con su hacha, dejando sólo pedacitos de zombie, y así tampoco gastaban munición (que ya se sabe que en las partidas de zombie, por lo menos en las mías, la munición es un bien escaso). Yo me divertí haciendo esta partida. Hubo un momento en que se volvió un poco monótona, pero al final, las cosas salieron bien. Bombardearon y limpiaron después de haber encontrado al infectado 0.

Por supuesto, aunque fueran militares curtidos, alguno de ellos vomitó, e incluso manchó los calzoncillos por ver cadáveres siendo devorados por otros cadáveres andantes. Creo que por muy curtido que uno esté en cosas de la guerra, no es muy gratificante ver una habitación llena de vísceras esparcidas por paredes y suelo. O ver a un cadáver andante con las tripas arrastrando o los ojos colgando.

En pocos días os contaré la odisea de estos pj's y la excavadora.

sábado, 13 de septiembre de 2008

La noche antes...

La roca se hace perceptible, como llegando lejana, o acercándome lentamente a ella. Atrás queda ya ese mundo perdido de sueños e historias perdidas en los entresijos de mi mente. Se desdibuja hasta no ser más que una amalgama de recuerdos... pero la roca vuelve a estar bajo mi tacto. Bajo tierra, viviendo entre las rocas, la vista ayuda muy poco, el sentido principal es el más extendido en mi tatuado cuerpo: la piel. 
Bajo tierra, tanto por tradición como por obligación. Nuestros viejos decían que los dioses nos obligaron a vivir bajo tierra, nos llevaron a un rocoso planeta para vivir así. La guerra contra los Obun no pareció ser de su agrado, pero estoy seguro que si los obligaron a irse, fue porque si no hubiésemos acabado con ellos, ya que no hay mejores guerreros que los de mi pueblo. Pero ahora también es necesidad... llegaron los humanos... corrompieron familias, se aprovecharon de nuestras disputas, y nos dominaron. Pocos somos ya los que quedamos viviendo como dictan las tradiciones.
Hoy es mi primera incursión, vamos a la aldea... a retomar nuestro nombre, empezar nuevamente con la guerra. Ahora ya si estamos preparados, ya los conocemos... ya no nos volverán a engañar, esta vez no. 
Me da que escribo tanto en este diario, por el nerviosismo, esto hace décadas que no se hace, quizá siglos... piensan que ya todos somos civilizados, que las viejas tradiciones se perdieron... esos civilizados no entenderían ni el significado de un tatuaje.
Bertle ha estado observando por las noches, parecen no tener apenas defensas... es mi prueba, estaré solo, demostraré que tal guerrero soy. Comentó algo raro, como si la gente estuviese especialmente nerviosa, como si presintiesen algo de lo que va a pasar...

Caverna

Giulio se preguntaba qué le había ocurrido. ¿Cómo podía ser?

Se encontraba tranquilamente hablando con un dracontópodo de agua y de repente perdió el conocimiento. Y despertó aquí. En esta... ¿caverna?

Giulio miró a su alrededor. No había luz, y olía a humedad. Chasqueó los dedos y musitó unas palabras en latín, e hizo aparecer una llama en la palma de su mano. Definitivamente, estaba en una caverna. Sin salida. Solamente veía estalactitas y estalagmitas, un lento goteo de agua en ellas, y el suelo de la caverna cubierto por el agua de la que salían las estalagmitas, salvo la pequeña playa de dura roca en la que se encontraba él.

¿Y qué hacer ahora?

Giulio decidió lanzarse un hechizo a sí mismo para tratar de recordar qué le había ocurrido. Se concentró en sí mismo, hizo un gesto con las manos y pronunció firmemente las palabras latinas que harían surgir el hechizo:

-Intellego mentem

Giulio se vio a sí mismo hablando con el dracontópodo. Había ido a verlo para consultarle acerca de las propiedades mágicas del lago de roca que había en el centro del bosque cercano al claro de los duendes. Estaban todavía en las presentaciones y los parabienes, y empezando a explicarle lo que quería. El dracontópodo de repente le lanzó un poderoso hechizo de transporte, tan rápido y fulminante que las defensas mágicas de Giulio no alcanzaron ni a frenarlo, y de repente se encontró inconsciente en esta caverna subterránea. No había sido traído aquí por alguien mientras estaba inconsciente. Había sido transportado mágicamente por el dracontópodo.

¿Qué pasaba allí?

ταχυόνιον

-Bien. ¿Qué tenemos?
-Hemos encontrado la solución al Problema de Jensez.
-Explíquese.
-Hace unos diez años Jensez, de la Universidad Gubernativa de Roma, publicó un resultado muy extraño y completamente inexplicable, pero ampliamente confirmado desde entonces. Un rayo de luz extremadamente colimado...
-¿Un qué?
-Un láser, general.
-Bien, continúe.
-Jensez publicó que un tipo de laser, lo que hoy llamamos un rayo de Jensez, un láser perfecto en el vacío, perdía energía.
-Todas nuestras armas pierden energía. De hecho, todos los sistemas pierden energía. Por eso hemos de refrigerarlos.
-No nos referimos a eso. No se trata de que un rayo de Jensez produzca calor. Se trata de que en un rayo de Jensez la energía simplemente desaparece.
-Eso es imposible.
-Es un hecho comprobado, general. Ocurre. Cuanto más perfecto es el rayo...

Castaño suspiró. Nunca supo por qué, con lo bien que podía estar trabajando para el sector civil, se metió en los programas científicos militares.

-¿Sí?
-Cuanto más perfecto es el rayo, más energía desaparece. Y como usted dice, con la Física que conocemos, eso es imposible, pero ocurre.
-Y dice que lo ha resuelto.
-Sí. Mis colegas han confirmado mis cálculos.
-¿Qus sus colegas qué? ¿Ha enviado a científicos civiles información no publicada?
-Por supuesto, general. No se trata de los planos de un arma, y no me podía fiar de los resultados sin comprobarlos.

El General Delaïnde suspiró. Nunca supo por qué, con lo bien que podía estar en una unidad de intervención, se metió a tratar de controlar a los científicos militares.

-Siga, siga...
-Verá, General. Mis ecuaciones demuestran la posibilidad de que esa energía no desaparezca, en realidad. Que se convierta en taquiones.
-¿Qué?
-Un taquión es una partícula que viaja más rápido que la luz.
-Eso no existe.
-Las ecuaciones de Einstein las predicen desde hace más de doscientos años. Ya fueron estudiados a nivel teórico por Sommerfeld, y el nombre se lo dio Feinberg en la década de 1960.
-Supongamos que todo lo que me enseñaron en la escuela y en la Academia está equivocado y que usted tiene razón. Siga.
-Hace tiempo que sabemos que una concentración de energía muy elevada puede dar lugar a pares de partículas. En realidad, una partícula y una antipartícula. De la misma manera que si una partícula se encuentra con su antipartícula ambas desaparecen y se libera una gran cantidad de energía- Castaño hizo un gesto explosivo con las manos -, si concentramos suficiente energía en un punto se puede generar un par. Es la base, por ejemplo, de la radiación de Hawking.
-Bien, siga.
-Pues mis ecuaciones indican que si la energía que se concentra es la de un haz de luz extremadamente preciso, coherente y concentrado, podemos generar una pequeña cantidad de taquiones.
-¿Podemos crear a voluntad partículas más veloces que la luz?- Delaïnde empezaba a pensar en comunicaciones instantáneas y en viajes interestelares a velocidades increíbles. Quizá las películas infantiles como Star Wars Episodio XVIII o Star Trek Herederos fuesen posibles. Batallones combatiendo a la orden, en lugar de tener que planear cualquier ínfimo movimiento con decenas de años de anticipación.
-Sí, General. No podemos saber en qué dirección salen, ni cuando. No podemos interactuar con los taquiones. Para nosotros es como si no existieran. Pero pueden ser la solución al Problema del Rayo de Jensez.
-¿No podemos- cara de abatimiento -hacer nada con ellos?
-No, General.
-¿Entonces para qué viene a molestarme con eso?
-Necesito su permiso para publicarlo.
-Haga lo que le de la gana. Y no vuelva a molestarme. No quiero volver a verle por aquí si no me trae algo con aplicación militar.

Castaño se fue del despacho del General Delaïnde. Ninguno de los dos entendía las obsesiones del otro. Y peor, ninguno de los dos sabía qué pintaba allí.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Los medidores Tanawa

Estaban en el Laboratorio 3 del Departamento de Física de la Luz, en las afueras de Roma. Allí, en lo que una vez fue el centro del mundo, estaba teniendo lugar un experimento rutinario: medir la energía transmitida por un haz de luz altamente coherente, eso que en el siglo pasado llamaban láser.

Se trataba de un láser amarillo: una banda lateral π del doblete D del sodio conseguida mediante un desdoblamiento magnético. Nada que no fuera conocido desde el siglo XX. Tanawa y Smith, del Max Planck Instituts für Quantenoptik, habían desarrollado a finales del siglo XXI un método para medir exactamente la energía portada por un haz electromagnético altamente coherente, ya fuera un laser o un maser. Demostraron que era una manera más efectiva de medir la frecuencia exacta de una onda electromagnética, suponiendo que se conocieran bien las constantes físicas, o de medir las constantes, suponiendo que se conocieran bien la energía y la frecuencia.

Jensez le estaba contando el experimento a sus estudiantes de doctorado:

-La luz amarilla que usamos está aproximadamente a 589 nanómetros. Podemos controlar su frecuencia exactamente gracias al efecto Zeeman, controlando el campo magnético. Si no hubiera campo magnético no veríamos esta línea lateral, pero como saben, el valor del campo magnético afecta directamente a la separación de esta línea de la línea principal. Ahora, si me acompañan...

Jensez les mostró el medidor Tanawa: un aro de metal alrededor del haz de luz, midiendo el campo magnético en su interior, en particular la parte magnética del haz electromagnético al que normalmente llamamos luz.

-Pueden observar el medidor Tanawa, un resultado del trabajo de... ¿Carla?
-Tanawa y Smith en 2083, señor Jensez.
-Correcto. El aro mide el campo magnético en su interior. Está hecho de una aleación extremadamente pura de plata y titanio, la plata porque, como saben, es un conductor eléctrico incluso mejor que el cobre, de hecho si no fuera por su precio, los cables se harían de plata en lugar de cobre, y el titanio para evitar... ¿Romano?
-Las corrientes de Foucault, señor Jensez.
-Exacto.

Los estudiantes seguían al profesor como los pollitos a la gallina, con sus batas de laboratorio y sus libretas de apuntes.

-En el aro del Tanawa se crea una corriente eléctrica que medimos con gran precisión, tanto de escala como temporal. Así podemos calcular exactamente el campo electromagnético de ese rayo amarillo, y con ello su energía exacta. Su potencia, en realidad. Así podemos fabricar aparatos médicos que necesitan gran precisión de dosificación, por ejemplo, o medir las pérdidas que se producen en las señales de comunicación láser o en las fibras ópticas gigamétricas. Hemos avanzado mucho desde las fibras monomodo de finales del XX. Ahora alcanzamos pérdidas de menos del uno por mil en mil kilómetros de fibra, y eso necesita medidores de gran precisión.

Jensez miró su reloj.

-Bueno chicos, esto es todo por hoy. Nos vemos mañana en clase de problemas. Recuerden llevar la solución exacta al átomo de helio.

Mientras los alumnos salían, Jensez se dirigió al Laboratorio 4, donde estaba teniendo lugar un experimento muy parecido, pero en condiciones de estricto vacío, para averiguar la influencia de las fluctuaciones cuánticas en la intensidad del haz. Nada particularmente importante, pero digamos que tampoco era un experimento rutinario.

Sin embargo, algo no cuadraba.

A lo largo del haz había cinco medidores Tanawa. Si el vacío no afectaba, todos deberían marcar lo mismo, la energía suministrada al fotoemisor de sodio. Y si afectaba, deberían marcar la dispersión del haz, en frecuencia y dirección. Pero el haz se mantenía perfectamente colimado y, sin embargo, marcaban menos energía.

Llevaban teniendo el mismo problema durante varios años. Al principio era muchísimo menor, y pensaron que se trataba de un problema de colimación del haz. Pero cuando compraron, tras dos años de discusiones presupuestarias con el decano, un colimador mejor, y luego un fotoemisor autocolimante, las cosas empeoraron.

La Física, desde los remotos tiempos de Newton, sabía que la energía no desaparece. Con Einstein y Planck llegaron a entender que la energía y la materia eran lo mismo, y que grandes concentraciones de energía podían dar lugar a la aparición de partículas. Quizá era lo que pasaba en la cámara de vacío. Pero el experimento llevaba años funcionando. Había perdido energía suficiente como para generar una cantidad de partículas medible. Y el vacío seguía siendo perfecto, y los medidores externos seguían sin indicar partículas que escapasen.

Algo imposible estaba ocurriendo: estaba desapareciendo energía. Cuanto más perfecto era el haz, más energía desaparecía.

Fantaciones

He creado este espacio para escribir en él todas esas cosas que se me ocurren que puedan ser, quizá, argumentos para partidas de rol, cosas que han pasado en ellas, guiones, o relatos cortos.

Y por supuesto, todos están invitados a participar también.