jueves, 31 de diciembre de 2009

De peluche

Juanín tenía miedo. El osito de peluche no dejaba de mirarle. Tenía una mirada profunda y penetrante.

Alguna vez había tratado de decírselo a su madre, pero ella no entendía. Los mayores nunca entienden. ¿Cómo va a mirarte mal si es de peluche?, decía. Pero el osito miraba.

¿Se ha movido? Sí, se ha movido. Lo vio por el rabillo del ojo.

Juanín fue corriendo con su madre. Ella, como siempre, no le creyó. Total, el oso era de peluche.

A la mañana siguiente Juanín no estaba en su cama. Los padres, al principio solos y después entre policías, no repararon en que el osito de peluche tampoco estaba en la habitación.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Campo de batalla: tu cerebro

Juan se acercó a la oficina de su jefe: iban a ascenderlo. No importaba ahora cómo ni porqué, solamente que como Manejador de Nivel 6 dispondría de plaza de aparcamiento, vacaciones pagadas, seguro dental, disruptor de publicidad y, lo más importante, la llave del lavabo de ejecutivos.

Llegó a la puerta, miró el reloj (Mr. Smith era amante de la puntualidad exacta), se arregló la corbata y tocó en la puerta. Una sonriente secretaria de rasgos orientales le abrió y le invitó a pasar al adornado despacho: parecía el de un ejecutivo yuppie ochentero al que le gustaran los viajes: máscaras africanas, una montera de torero, muñecas de vudú... y por supuesto, una moqueta adecuada para jugar al golf de oficina. Al fondo, la mesa: una lámina ovalada de cristal sostenida a un solo lado por un pie en forma de delfín, de manera que parecía que el escritorio era la superficie tranquila del agua y el delfín sacaba la cabeza de ella.

- Juan, bienvenido. Yo soy contento de tener usted aquí. Los informes me dicen que usted has mejorado nuestros resultados en cinco porciento ¿sí?

- Sí, señor.

- Explícame cómo lo has hecho usted?

- Me he dado cuenta de que estábamos transmitiendo publicidad a grandes masas de la población que no la iban a aprovechar. Por poner un ejemplo sencillo, transmitíamos publicidad de muñecas a niños de diez años. Diseñé un sistema por el cual ahora transmitimos la publicidad solamente a los objetivos adecuados. Como transmitimos a menos objetivos, cobramos menos impactos a los anunciantes, muchos menos, pero como el porcentaje de objetivos que compran asciende podemos cobrar los impactos más caros. En conjunto, cobramos un 16% menos.

- No acabo de entender lo.

La cara de Mr. Smith ya no era acogedora. Juan tragó saliva.

- La transmisión cerebral consume una gran cantidad de energía, porque hay que focalizar muy exactamente las ondas. Crear recuerdos agradables en el sistema límbico está muy bien en el laboratorio, pero con la gente andando por las calles y moviéndose continuamente seguirlos es muy difícil, y asegurarse de que el campo electromagnético se concentra exactamente en los puntos adecuados del cerebro de tantísimas personas sin provocarles daños cerebrales por afectar a otras zonas cuesta enormes cantidades de poder de cómputo, que se traduce en dinero, y de electricidad para los transmisores, que también es dinero.

- Sí.

- Como ahora seguimos a menos personas a la vez, y transmitimos a menos personas, ambas necesidades se reducen. Aunque la computación cuántica haga posibles cálculos que antes hubieran llevado milenios, sigue siendo cara, pero con este método reducimos nuestras necesidades de cálculo en aproximadamente un 50%. Hemos podido suspender el alquiler de la tercera parte de los ordenadores que IQM nos cobraba. Y en cuanto a los transmisores, ahora van más suaves, y consumen menos energía, con lo que estamos ahorrando un 30% de costes de electricidad y a la vez hemos conseguido incluso una mejora de la señal. Cobramos menos, pero gastamos mucho menos, por eso ganamos más.

- Ok, ahora yo lo entiendo. Bien, tenga el llave del baño. Te darán lo demás a usted en Recursos Humanos.

- Gracias, Mr. Smith.

Juan bajó a Recursos Humanos a por su plaza de aparcamiento y lo demás. Entre otras cosas, su disruptor de publicidad. Con él ya no desearía las cosas que la corporación hacía desear a todos los consumidores.

Tres meses después, se dio cuenta. Sus deseos siempre habían estado guiados. Ahora sabía que todo lo que pensaba que deseaba era publicidad. Y que no sabía desear por si mismo: treinta años transmitido le habían borrado su capacidad autónoma. No podía querer cosas, más allá de los condicionamientos de la supervivencia.

Se suicidó.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Siete maneras de matar a Laura

He de hacerlo. No sé por qué, no me ha hecho nada, no la odio, pero debo matar a Laura. No será difícil. Puedo atropellarla cuando salga del trabajo. Sí, sí, eso es. Atropellarla y darme a la fuga. No, no puede ser. Me cogerán. Siempre hay atasco, y los rollos esos de la pintura del coche y esas cosas me incriminarían. No. No puedo hacer eso, pero debo hacer algo. Debo matarla. Puedo ir a verla y tirarla por la ventana de su propio piso. No, es muy bajo. Insulina, eso es. Puedo comprar insulina e inyectársela, provocarle un bajón de azúcar mortal. Y la insulina la produce el cuerpo, sí, sí, eso es, la mataré con insulina. Pero tengo que comprarla. Y recordarán que la compré. Y no soy diabético. Me cogerán. No, no, eso no me vale. Puedo ir a la barriada y contratar a alguien. No, demasiado sucio, demasiados cabos sueltos. He de hacer algo, tengo que encontrar una solución. Sí, una solución. Algo disuelto. Algo en su bebida. Heroína. Una sobredosis de heroína en su cerveza. Comprarla no será problema, los camellos hablan poco, y hay muchos. Ponerla. Ponérsela. Si voy a su piso alguien me puede ver ir. Y en un bar puede que no tenga la oportunidad. Demasiado complicado. Es una buena idea, pero investigarán quién ha sido y como no es consumidora, la relacionarán conmigo. Me encontrarán. No, eso no me vale. Pero he de matarla. Debe morir. Sí, sí, eso es, puedo apuñalarla en la calle y huir con su bolso. Pensarán que se trata de un atraco. Eso. En la calle de detrás de su casa, sí. La mataré allí, con mis propias manos. ¿Y si me cogen? Si alguien me ve con sangre en la manos estoy listo. No, no. Eso tampoco me vale. Necesito algo ya, y que sea seguro. Quizá... sí, ya lo tengo. Eso es. Asaltarla y violarla en el camino a casa. Violarla salvajemente, con un condón para que no puedan cogerme el ADN, y luego degollarla. No tendrán ninguna prueba contra mí, dejaré allí mismo el cuchillo y la ropa manchada de sangre. No, no, no, maldita sea eso tampoco funcionará, si me araña sin que me de cuenta me cogerán por las uñas. Otra cosa, necesito otra cosa. Sí, sí ya lo tengo, esta es infalible...

La cerradura de la puerta del piso sonó, alguien estaba entrando al apartamento de pareja.
-Hola Luis, ya estoy en casa.
-Hola amor.
-¿Qué haces ahí sentado?
-Nada, simplemente pensando. ¿Te ayudo con la compra?
-Va, ya lo guardo yo, no es nada.

Luis se levantó y se acercó a Laura, y le dió un beso.
-Te quiero.
-Y yo a tí.
-No sé lo que haría si te perdiese.

Algo se había esfumado de su cabeza al ver de nuevo a su querida esposa, pero quizá al día siguiente volvería a ocurrir lo mismo, exactamente igual, y a no tener consecuencias, exactamente igual.

viernes, 21 de agosto de 2009

Una piedra del monte

Si es que uno no debe acostarse con un poco de dolor de cabeza y ésta llena de cosas...




Me encontraba con mi padre en la puerta del Ayuntamiento de Santa Cruz, solo que los arcos de piedra eran los del Ayuntamiento de La Laguna y la fachada miraba al monte de un modo semejante al de la casa de mis abuelos. De repente vemos una humacera en el monte. Mi padre dice

-Mira, debe ser un incendio.

-No, deben ser las cargas.

Yo estaba seguro de que se trataba de cargas explosivas, como para abrir una carretera, y de que lo que veíamos no era humo, sino polvo. Enseguida se vio que tenía razón: una piedra más grande que un ataúd vino hacia nosotros desde la zona de explosiones y atravesó el porche donde estábamos, dejando un agujero en él y quedando humeante detrás de nosotros. La miramos. Yo dije:

-Seguro que Zerolo ahora la mete pa' dentro y cobra entrada por verla.

miércoles, 1 de julio de 2009

Clima genético

- ¿Cómo puede existir un ser tan asqueroso?
- Es cosa del clima genético, mayor.
- ¿Clima genético, doctor?
- Sí, señor. Veamos. La temperatura, la humedad, la insolación o los vientos no son iguales en una ciudad del norte que en una del ecuador, ¿verdad?
- Claro, el tiempo es más frío en el norte.
- El tiempo varía día a día. El clima es el que es más frío en el norte.
- ¿Y?
- Verá, señor. Sitios cercanos, como dos ciudades ecuatoriales, tienen climas semejantes. Sitios lejanos, como una ciudad ecuatorial y una del norte, tienen climas diferentes. Cuando alguien viaja de un lugar a otro lejano, se prepara para encontrarse cosas muy distintas: compra ropa de abrigo o protector solar, ¿no?
- Sí. ¿Y qué? Sigo sin entender la relación de esta clasecita de meteorología con este... este ser.
- Cuando uno viaja a un sitio cercano no espera cambios de clima grandes, así que los que pueda haber le sorprenden a uno más de lo esperado. En resumen, cuando vamos lejos lo muy diferente lo aceptamos como normal, pero cuando viajamos cerca, lo poco diferente nos sorprende.
- Doctor, o empieza a explicarse o no respondo.
- Verá, mayor. El caso es que la evolución de las especies se produce por mutaciones al azar en su ADN. Todos los seres vivos del Universo conocido se basan en el ADN o algún primo cercano, o en una de las otras dos estructuras de información hereditaria que hemos encontrado. Todos.
- Sí, todo eso de las mutaciones al azar, la selección natural y la herencia genética.
- Sí, mayor, justamente eso. Solo que las mutaciones no son al azar.
- ¿Eh?
- La xenotaxonomía comparada nos ha demostrado que las mutaciones de las cadenas genéticas no son completamente al azar. Sitios cercanos del Universo sufren mutaciones parecidas, mientras que sitios lejanos sufren mutaciones diferentes. Claro que las mutaciones individuales son al azar, como el tiempo que pueda haber un día determinado en un sitio determinado, pero dentro de los patrones que marca el clima de cada lugar. En xenogenética es lo mismo: las mutaciones de cada lugar son diferentes, pero las de lugares cercanos son parecidas y las de lugares lejanos son muy diferentes. Es lo que llamamos clima genético del Universo.
- ¿Quiere decir que en la Galaxia...?
- Más o menos. En este sector de este brazo galáctico, casi todas las formas de vida que hemos encontrado se han basado en el mismo esquema de nichos evolutivos, con un mamífero bípedo inteligente formado o en proceso de formación, otros mamíferos, aves, reptiles, peces, plantas... En cambio, más lejos en la galaxia hemos detectado otras pirámides evolutivas, con seres insectoides gigantes por una zona, microfauna supervoraz por otra, seres casi gaseosos por otra... cada zona con toda su biosfera en equilibrio. Y lo más importante, con transiciones relativamente suaves entre grupos si se mira a grandes rasgos.
- Entonces, doctor, este ser tan repulsivo, ¿es...?
- Sí, señor. Usted lo encuentra tan repulsivo precisamente porque es parecido a nosotros, pero diferente. Mamífero, bípedo erguido, dos sexos diferenciados, capacidad de inteligencia y emoción, una cabeza en lo alto con dos ojos, oídos y fosas nasales, una boca apta también para respirar, dos brazos con manos de cinco dedos...
- Es asqueroso.
- Es parecido, muy parecido a nosotros. Usted lo encuentra asqueroso precisamente por las pequeñas diferencias, en caso contrario lo encontraría simplemente interesante o no.
- Pero, ¿cómo puede ser tan asquerosamente parecido?
- Lo hemos recogido en un planeta cercano al nuestro, y precisamente por eso es un planeta con un clima genético muy parecido al nuestro, también. Prácticamente igual. Son las pequeñas diferencias aleatorias dentro de la igualdad del clima genético lo que le da tanto asco a usted, mayor, no las grandes diferencias que hemos encontrado con otros casos.
- Bueno, en cualquier caso, no lo quiero cerca de mí. ¿Cómo llamamos a estos seres?
- Las antenas han captado sus emisiones de radioondas. Parece que ellos mismo tienen un nombre que es válido en todo caso para toda su especie, mayor.
- ¿Sí, doctor?
- Se llaman a si mismos, en conjunto, Homo Sapiens.

lunes, 15 de junio de 2009

Rosita von Carstein

Rosita von Carstein es la hija mayor de Marc von Carstein, uno de los nobles austrohúngaros de la época victoriana.

Criada entre algodones, gozó de todas las comodidades de la vida noble.

Fue Abrazada por su propio padre, costumbre familiar, tras dar a luz a su segundo hijo, como su madre y su abuela antes que ella, y su hija y su nieta después.

Tanto siendo humana como siendo ya uno de los Toreador se acostumbró a la buena vida (o no-vida): arte, música, teatro, recepciones, bailes...

Todo ello cambió con uno de los atroces acontecimientos mundiales de los que los Vástagos no son directamente responsables: la Primera Guerra Mundial. Durante ella, el desmembramiento del Imperio hizo que los von Carstein perdieran todas sus propiedades (y con ellas, sus refugios). La parte humana de la familia consiguió cierta nueva estabilidad hasta la Segunda Guerra Mundial, mientras que las más viejas generaciones de Vástagos von Carstein no tuvieron capacidad de adaptación. Justo en medio, los vampiros más jóvenes tuvieron la capacidad suficiente como para emigrar a Viena, primero, y a Londres, después, desde donde Rosita llegó a Canarias en 1965, con 121 años de edad y aparentando veinte.

Desde entonces, vive en un chalet bajo la Mesa Mota donde tiene pocas molestias, un criado ghoul y tres vecinos jovencitos enamorados de ella de los que puede alimentarse sin demasiados problemas a cambio de una noche ocasional de sexo.

Debido a su relativa antigüedad y movilidad política (puede pedir información y ciertos favores a un Diputado nacional), tiene cierto reconocimiento en la Camarilla local, donde su palabra es, por lo menos, escuchada (pero no necesariamente nada más allá de eso).

sábado, 13 de junio de 2009

Blade

Blade es un joven (en todos los aspectos) nocturno de La Laguna. Uno particularmente rico y rebelde.

Nació en 1985 en la propia ciudad, donde más tarde empezó a estudiar Telecomunicaciones, o más bien se matriculó en ello pero se pasó el primer curso de bar en bar de noche y durmiendo de día. Se convirtió en un conocido de todos los bares del Cuadrilátero, y en todos ahora tiene entrada libre y confianza con las barras. Son justamente esas razones las que provocaron que uno de los Brujah de la isla lo Abrazara allí en una de sus noches de borrachera.

Tras matar a sus propios padres en una noche de Frenesí, de la que se arrepiente enormemente, ahora es el propietario de un edificio de pisos de estudiantes, en uno de los cuales pasa sus días sin que los inquilinos, dada su movilidad, se extrañen demasiado de que el vecino del segundo parezca tener siempre diecinueve años.

Aparte de sus recursos económicos y sus conocidos en La Zona, el único apoyo de Blade es su Sire, otro Brujah que evita meterse en líos «demasiado complicados».

viernes, 12 de junio de 2009

Renoir

Renoir está en los escalones más bajos de la pirámide Tremere. Es un ancilla, el peón en las partidas de sus maestros, y entiende perfectamente lo prescindible que puede llegar a ser.

Su Abrazo fue concedido por el Príncipe como premio a su Maestro, la cabeza de los Tremere de Canarias, por ciertas gestiones nunca bien aclaradas durante el Alzamiento Nacional de 1936. Éste, a su vez, delegó el premio en uno de sus propios peones, por razones de las que no se ha informado.

Así, Renoir siente que su familia siempre ha cuidado de él, tanto cuando era niño en La Gomera, o cuando después fue a estudiar a la recién (re)creada Universidad en Tenerife, como cuando la Capilla pasó a ser su nueva familia. Esto último ocurrió cuando fue Abrazado, después de que los Tremere lo hubieran evaluado como un estudiante de Letras particularmente dotado y lo eligieran entre sus compañeros al acabar el primer curso, en 1938.

Hoy, como buen miembro de su Capilla, Renoir intenta conseguir influencia y poder en los corruptos pasillos de la política canaria. Por si mismo ha conseguido ser una fuerza a tener en cuenta en Coalición Canaria, que ayudó a fundar (y de hecho, Renoir estableció la norma y es la razón de que las reuniones de los Comités Locales sean a las diez de la noche, aunque oficialmente sea para permitir la llegada de los afiliados que tengan trabajos por la tarde) y en la que ahora su palabra es siempre escuchada (aunque no necesariamente atendida).

Como buen Tremere, además, tiene un mentor que cuida de él en los torbellinos políticos de la Estirpe, o más bien de sus propios intereses, ya que lo que cuida en realidad es su propia inversión de tiempo y prestigio en Renoir. Se trata de la cabeza de los Tremere de Tenerife, al que localmente se considera uno de los Antiguos.

Por otro lado, Renoir conoce personalmente y hace buenas migas con el jefe del turno de noche de la policía local de La Laguna. Ambos se han hecho favores en varias ocasiones, aunque sin comprometer sus respectivas posiciones. Por supuesto, Luis Suárez no tiene ni idea de que Renoir, al que conoce como el detective privado Agustín Oramas, sea un vampiro.

Es de notar que hay tres humanos que sí saben que Renoir es un miembro de la Estirpe: se trata de tres curas, profesores de La Salle, que le pagan un tributo de sangre a cambio de que no salgan a la luz determinados asuntos del colegio.

Renoir, como buen Tremere, obedecerá sin rechistar las órdenes que le dicte su Capilla, pero al mismo tiempo sabe que puede contar con su apoyo cuando lo necesite. De hecho, en las noches actuales duerme sus días en ella, debido a que un reciente Plan de Ordenación Urbana derribó su anterior refugio.

jueves, 11 de junio de 2009

Monika

Monika es una vampiresa acostumbrada a hacer su voluntad, como la mayoría de los Antiguos. De hecho, podría ser una de ellos, si se interesara por cosas como el poder y el control. Pero lo que le interesa de verdad son las almas de los seres vivos de los que ya no forma parte.

Monika nació en 1492, en un castillo cerca de Brasov, al pie de los Cárpatos. De familia valaca, su padre murió luchando contra los turcos, y cuando éstos incendiaron el castillo y estaba a punto de morir abrasada, el sacerdote del castillo, Simeon, que en realidad era un vampiro, la salvó del incendio y la Abrazó.

Desde aquél momento, Monika es una mujer de 33 años, y una de los miembros activos más antiguos del Clan Malkavian, una perceptiva vampiresa de 8ª generación.

Tras pasar diferentes partes de su no-vida en Turquía, Grecia e Inglaterra recaló en Canarias, donde pasa sus noches actualmente.

Dado que nunca ha buscado el poder, no ocupa posición alguna de influencia entre los vampiros de Tenerife, y simplemente existe y deja existir.

En la actualidad tiene un pequeño rebaño de tres personas, pacientes del Hospital Febles Campos, a los que da el Beso con cierta regularidad. No tiene refugio fijo, pero conoce bastante bien los pisos vacíos de la zona de estudiantes de La Laguna, de algunos de los cuales incluso tiene llaves.

Es extremadamente empática, a lo que ayuda su fuerte conciencia, y ya lo era cuando existía como humana. Su Abrazo extremó esta característica, provocándole la curiosa locura que padece desde hace caso quinientos años: cada vez que Besa a alguien, su empatía con ese recipiente le provoca un sentimiento de culpa tan importante que cree que absorbe parte de los recuerdos de su recipiente junto con la Vitæ. De hecho, es una de las razones por las que intenta no matar a sus víctimas, porque de hacerlo cree que el alma completa del fallecido la rondará para siempre. Así, Monika cree que diversos recuerdos de todas sus víctimas a lo largo de la historia la acompañan siempre, y tantos recuerdos (inventados por ella misma, en realidad) la vuelven loca. Por eso intenta no cazar a muchas personas distintas sino beber de unas pocas personas fijas, preferiblemente personas con pocos recuerdos, como bebés o ancianos seniles.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Dolor de cabeza

Le dolía la cabeza. Para variar.

Ninguno de los remedios habituales funcionaba. Ni el AAS, ni el ibuprofeno. Ni la oscuridad, ni el silencio.

Quizá era porque la causa tampoco era ninguna de las habituales. Ni era por frío en la cabeza, ni por calor o sol. No era por su marido, ni por la regla. No era por los niños, ni por pasar demasiado tiempo en la televisión, ni en el ordenador, ni forzando la vista leyendo medio a oscuras. Ni por las estrecheces económicas ni por los problemas familiares.

Todo eso seguía estando ahí, claro, pero esta vez la cabeza no le dolía por nada de todo eso, así que ninguna de las soluciones habituales funcionaba.

Decidió probar otra solución.

La cabeza dejó de dolerle instantáneamente. Todo dejó de dolerle o molestarle inmediatamente, mientras sus sesos chocaban contra la pared de detrás, a la vez que, a cámara lenta, el arma reglamentaria de su marido se deslizaba de su mano, cálida pero inerte, hacia el suelo.

Sentado en la ventana, un pequeño demonio, con una sonrisa en la boca, soltaba poco a poco el nudo que había en la cuerda que tenía entre las manos.

jueves, 7 de mayo de 2009

El haya

Este es un cuento que inventé hace mucho tiempo, tanto que ya ni recuerdo exactamente cuándo fue.

Nunca lo había escrito antes. Y nunca lo había contado en público. Si no recuerdo mal, tan solo lo he contado dos veces, ambas en intimidad, casi al oído.

Espero que quizá ahora, cuando lo ponga aquí, no se pierda esta muestra de lo que mi imaginación era capaz de dar en aquel entonces.

* * *

El haya estaba feliz en el bosque. Vivía entre otros árboles, que vivían como él, acariciados por el sol, zarandeados por las tormentas, pendientes del viento y la lluvia, y dando cobijo a las familias de pajaritos para que pasaran el invierno, con topos entre sus raíces y ardillas correteando bajos sus ramas.

Era feliz.

Al tiempo, las cosas cambiaron. Uno de sus compañeros desapareció de repente. Nadie supo lo que había pasado. Luego otro, y más tarde otro, sin que hubiera quien diera razón. Hay que tener en cuenta que los árboles no viven a la misma velocidad que nosotros, no pueden darse cuenta de las cosas que ocurren demasiado deprisa.

Sin saber aún lo que estaba pasando, un día el árbol sintió un enorme dolor, como nunca antes había sentido jamás, en la parte baja de su tronco. No tenía comparación con los zarandeos de las tormentas, ni siquiera cuando éstas, en los más crudos inviernos, llegaban a partirle algunas ramas. Se trataba de un dolor agudo, rápido y podríamos decir que cortante.

Y eso era exactamente. El dolor y la velocidad a la que estaban sucediendo las cosas despertaron al árbol para siempre a un mundo sin naturaleza, lleno solamente de dolor.

El árbol sintió los mordiscos del hacha y de la sierra y notó cómo el mundo se volvía del revés hasta dar con su copa en tierra. Fue despojado de sus ramas menores, y luego de las mayores, hasta que de él solamente quedó el tronco.

Dolía. Dolía como jamás pudo imaginar que algo podía doler.

Despierto como estaba, aún le esperaba más dolor. Fue descargado y rodó, y luego notó que lo despellejaban, que lo descortezaban unos fríos e incisivos metales como los que le habían causado antes tanto dolor. Y si antes pensó que no podía sentir más dolor, se equivocaba: esto aún dolía más. Y más aún cuando pasó a otra máquina donde de su tronco pelado empezaron a sacar tablones, rectos, rectangulares, iguales. El árbol empezó a morir un poco, para siempre.

Pero un poco de suerte tuvo: no separaron los tablones, siguieron juntos.

¿Suerte? Tal vez. O tal vez no, en realidad, porque aún estaba ahí, vivo a duras penas, sintiendo todo lo que ocurría, recordando todo lo que le habían hecho pasar en las últimas breves horas, un período de tiempo tan corto que nunca lo había considerado y tan intenso como toda su vida anterior, lleno de dolor.

-¿Por qué?- se preguntaba. -¿Por qué me ocurre esto? ¿Por qué me hacen sufrir tanto? Yo nunca dejé de dar abrigo a los conejos junto a mis raíces, nunca le negué un lugar donde anidar a los pajaritos, ni sombra al ciervo, ni bellotas a las ardillas. ¿Por qué he de sufrir todo esto? ¿Por qué ocurre esto?

Los blancos tablones fueron llevados a un lugar lleno de restos de otros árboles: otros tablones y tablas había allí, cada uno gimiendo con su propia voz que nuestro árbol aún podía oír. El suelo lleno de los restos de las torturas que allí se infligían y que a él pronto le tocaría sufrir daba testimonio de lo que ocurría en aquel lugar donde no llegaba la luz del sol, sino otra, fría, azulada.

Allí los tablones fueron de nuevo cortados, desbastados, taladrados, vueltos a cortar. Piezas de frío acero penetraron su carne pero ya no para cortar, sino para quedarse allí. Poco a poco los tablones del árbol fueron tomando una forma extraña y completamente antinatural.

Al poco, el árbol fue llevado a otro lugar, donde no había restos ya de otros de los suyos, solamente otros a los que les había pasado lo mismo que a él, pero que ya no podían hablar, tanto hacía ya.

En aquel nuevo lugar tuvo por fin algo de paz. Ya no volvió a ser cortado, ni taladrado. Al contrario, su carne fue cuidada y delicadamente tratada, protegida de la intemperie como antes hacía su corteza, y volvió a ver la luz del sol.

Sobre lo que él era ahora tendieron un colchón, blando, y sobre éste finas sábanas y una colcha.

Allí, en su nuevo lugar, sin más dolor ya, salvo el imperecedero recuerdo del pasado en el bosque y su abrupto final, pasaban los días. Ya no había ciervos ni ardillas, ni nidos de pájaros. Los seres a los que ahora abrigaba por las noches, como aquellos, hacían su propio nido en él. Dos de aquellos seres se recogían allí cada noche. Era una sensación extraña proteger de las tormentas a aquellos dos seres que las ignoraban, ya que en aquel lugar en que se encontraba ahora la tormenta no llegaba, sino que se conformaba con rugir al otro lado de una fina lámina de agua que, por alguna razón, parecía permanentemente congelada en un agujero del muro.

Sin embargo, no dejaba de preguntarse: -¿Por qué tuve que pasar todo aquello? ¿Por qué me han traído aquí¿ ¿Qué quieren estos seres de mí? ¿Por qué, por qué tuve que sufrir tanto dolor?

La hembra de aquellos seres, iguales a los que tanto le hicieron sufrir, aunque no exactamente del mismo comprotamiento, cada vez pesaba más y estaba más tiempo echada en él. Pasó menos de un año hasta que llegó el día de la solución.

Entre las sábanas que lo cubrían, aquella mujer, embarazada, dió a luz a un precioso niño, que por primera vez lloró sobre la blanca cama de haya en la que se había convertido el árbol. Y en ese mismo momento, el árbol tuvo la respuesta de que todo aquel dolor había sido necesario solamente para que pudiera llegar este momento.

martes, 28 de abril de 2009

Dolor inmenso.

Su vientre estuvo ocupado 11 semanas. 11 maravillosas semanas. Su cuerpo se llenó de sensaciones, emociones nuevas, alegrías, dudas, miedos y sobretodo futuro.
La incertidumbre era total. No saber nada (pese a creer que sabía mucho), el miedo a lo desconocido. Muchas preguntas. ¿Cómo estará? ¿Cómo será? ¿Lo estaré haciendo bien? Cuando nazca, ¿será rubio? ¿Moreno? ¿Niño? ¿Niña? ¿Alto? ¿Bajo?...
Se sentía bonita, estaba radiante, con un brillo en los ojos que no había tenido nunca. Su cuerpo empezó a cambiar. Sentía cosas nuevas, y algún que otro dolorcito nuevo, pero no importaba porque era por lo que era.

Pensó muchas veces cómo sería el momento de nacer, el dolor, la alegría, el temor... También pensó muchas veces que algo podría no ir bien. Amigas y compañeras le quitaban esos pensamientos de la cabeza. Hasta que llegó el fatídico día en el que le dijeron que su futuro hijo estaba muerto.

Hasta entonces creía que había sufrido en la vida, pero nada comparado a eso. Durante las dos semanas siguientes fue algo más parecido a un zombi que a una persona. Era sumisión total, hacía todo lo que le decían sin rechistar, lo mismo le daba comer que no, dormir o ducharse. No quería dejar de llorar. Su cuerpo estaba vacío, su alma y su corazón. Lo único que no estaba vacío era su cerebro. La misma frase una y otra vez, las mismas imágenes una y otra vez.

En ese momento se sentía vacía, frustrada, desilusionada y muy poca cosa. Su autoestima cayó en picado, era incapaz de mirarse en el espejo, no había consuelo posible, había fracasado en el intento de ser madre, algo para lo que estaba genéticamente preparada.

No hubo dolor físico, todo el dolor era psicológico, el vacío inmenso. Y sobretodo el no haber podido escuchar ni una sola vez el latido de su pequeño corazón que por causas desconocidas se paró antes de tiempo.

lunes, 27 de abril de 2009

Una botella de agua

Desde el estante de la cafetería, la botella miraba pacientemente a su alrededor. Todo estaba oscuro, no había movimiento. Sin embargo el cálido sol que se filtraba por las cortinas le decía a la botella que aquello iba a cambiar dentro de poco.

Primero, como siempre, llegó uno de aquellos extraños seres, casi tan llenos de agua como ella misma, que empezó a abrir las cortinas. Al poco llegaron otros seres similares, también con unas etiquetas blancas y negras, y empezaron a sacar agua manchada y caliente de aquella máquina alrededor de la que giraba todo. Unas veces mezclaban aquél agua caliente y sucia con leche, otras veces con aguardientes, otras veces con nada. A veces el agua la sacaban caliente pero limpia, mas enseguida metían dentro otra bolsita que la ensuciara. Y aquellos seres de etiqueta blanca y negra, los mismos de siempre, empezaron a dar aquellas aguas a otros seres semejantes, con etiquetas de todos los colores, que paercía que las desearan, pues las introducían en si mismos por aquellas bocas sin tapa que tenían.

Algunos de aquellos seres en ocasiones pedían botellas como ella.

Sintió miedo. Luego frustración. ¿Es miedo lo que debo sentir -se preguntaba- de mezclarme con toda esas aguas sucias en esos seres, o es mi destino y para lo que estoy hecha?

Sus compañeras fueron desapareciendo, pronto le tocaría a ella.

La afluencia de aquellos seres de etiquetas de colores fue disminuyendo, y los otros, los de etiquetas blancas y negras, empezaron a gastar agua ensuciándola en el suelo y con los recipientes de las otras aguas. Finalmente, como la otras veces, se fueron. Volverían al día siguiente, a gastar y ensuciar agua otra vez. Y seguramente, mañana sería el día en que conocería su destino. Ahora era la primera del estante.

jueves, 2 de abril de 2009

Fantasmas

Llevaban 10 años casados. Al poco tiempo de conocerse ella le preguntó si él creía en los fantasmas, él se echó a reír y le dijo que no, pero viendo la cara de seriedad de ella, se dio cuenta que la pregunta iba en serio. Ella le dijo que sí creía, no por nada en especial, sólo para poder volver después de la muerte y poder velar por sus seres queridos.

Después de 10 años de casados, no habían tenido hijos, los médicos le decían a ella que por su genética si quedaba embarazada corría riesgo su vida. Ellos habían hecho caso de los médicos hasta entonces.

Un día, ella, estando los dos en la cama, le dijo que le daba igual el riesgo, que quería tener un hijo, quería saber lo que se siente, y quería poderle hacer a él el regalo de la vida. Él le dijo que no, que ni hablar, que eran felices así como estaban. Pero ella insistió día tras día hasta que él accedió.

A las pocas semanas, en el baño, el test dio positivo. Estaban embarazados. Había una mezcla de alegría y pena porque sabían lo que podía pasar. El embarazo transcurrió apenas sin problemas, pero a la hora del parto, la cosa cambió. Ella sufría de tremendos dolores que le decían que algo no iba bien, que la muerte era inminente. La pudieron mantener con vida el tiempo justo como para poder ver a su hija. Una niña preciosa, de colorados mofletes y grandes ojos que la miraba agradecida. Y murió tranquila y feliz.

Ahora le tocaba a él hacer la parte difícil, criar a una niña recién nacida sin su madre.

Una noche mientras dormían después de un relajante baño y una cálida cena, la niña emitía unos gemidos suaves pero audibles, él debido al cansancio no se enteraba de los gemidos de la niña. Ella se estaba ahogando con una pequeña flema que tenía en la garganta. Algo lo despertó, un fuerte golpe en la puerta del armario. Al despertar oyó claramente los gemidos de su hija y corrió hasta su cuna. Llegó a tiempo. Cogió a la niña y la sacudió dos o tres veces fuerte con golpes en la espalda. La niña echó su flema, y estando él sentado acunando a la niña, en el umbral de la puerta vio una luz blanca. Encendió la luz y allí, quieta y sonriente vio a su querida y amada esposa. Él no podía articular palabra, y ella con una voz muy suave le dijo: -Te dije que creía en los espíritus para velar por mis seres queridos, y desde que me fui, no he dejado de cuidaros. Yo he sido la que te ha despertado, y no pienso marcharme nunca de vuestro lado-. Él con lágrimas en los ojos, dejó a la niña cuidadosamente en la cuna y se fue a su cama. Se quedó dormido mientras su esposa lo velaba sentada a los pies su cama.

Cuando por la mañana despertó, se dio cuenta de muchas cosas, de las veces que había tenido accidentes con la niña, bañándola, o pequeños descuidos que habían acabado bien, y sobretodo, ahora podía saber con claridad, que las canciones de cuna que oía por las noches, no eran parte de su imaginación.

Firmes bajo la seda

Allí estaban: unos cuantos cabellos largos, finos y tostados en el lavabo. Hacía dos días que ella se había ido, y él no se había decidido aún a limpiar aquello. Cada vez que iba a hacerlo, se ponía, en su lugar, a recordarla.

Recordaba cómo empezó todo. Eran compañeros en el turno de tarde en la Facultad. Mientras estaban en las prácticas en el laboratorio, él bromeaba con todos los compañeros, en particular con ella, tímida, callada, quizá más por que se sintiera bien e integrada que por cualquier otra razón. El caso es que fueron congeniando.

Al cabo de algunas semanas de trabajo constante en común, aparte de realizar buenos trabajos para la asignatura, ya se veían fuera de las clases: algún café o desayuno, y ella empezó a ir a las cenas del curso.

Él siempre la trataba con cuidado, cuidaba con ella un poco más sus bromas, y la pellizcaba en la cintura al acercase, como a otras amigas, pero no era exactamente igual. Poco a poco su relación con ella empezó a ser verdaderamente diferente que con el resto de compañeras. Empezaron a hacer algo más que tomar café juntos: salían a tomar café juntos. Día tras día, la confianza entre ambos crecía, y empezaron a hacer otras cosas, como confiarse historias, invitarse a comer o pasear juntos. Descubrieron que ambos vivían solos, sin compañeros de piso: ambos habitaban en viviendas de algún familiar.

Un día que él la fue a buscar a su casa para comer juntos y llevarla a la Facultad, y tras una sobremesa un poco más confidencial de lo normal, él empezó,en el aparcamiento de la Universidad, a acariciarla, por primera vez. Ella se sobresaltó y sintió un escalofrío, pero le dejó hacer. Él le acarició poco a poco la nuca, le giró la cabeza hacia si y allí mismo, en el coche, se dieron su primer beso, apasionadamente, mientras ella agarraba su espalda y él acariciaba su nuca y se atrevía a tocar sus pechos sobre la blusa.

Se serenaron, porque había que irse a clase, pero esa noche él la llevó de vuelta a su casa y allí, con la luz apagada, quisieron hacer el amor salvajemente, pero como no disponían de condones supieron controlarse un poco, y él con su lengua la hizo disfrutar como ella nunca había soñado que se pudiera. Quedaron para el día siguiente.

Ambos perdieron el hilo de la clase pensando en lo que iba a ocurrir por la noche, sin mirarse demasiado, ya que no querían que sus compañeros cotillearan el asunto. Cuando él llegó a casa de ella por la noche, ella lo recibió con un camisón y la luz baja, y por primera vez, látex mediante, fueron uno. Ella no le dejó encender la luz antes de quitarse el camisón: sus pechos, que se entreveían firmes bajo éste, le daban vergüenza, decía.

A los tres años ambos habían acabado la carrera, y a los tres años y medio estaban casados.

Hacía cuarenta años de aquello. Él nunca le llegó a ver los pechos, aquellos que tantas veces acarició en la oscuridad o a través de la ropa, y ya nunca podría.

Por tercera vez en dos días, él miró el reloj, dejó la bayeta y se fue al trabajo, sin tocar el lavabo.

Allí quedaron, esperando para hacerle recordar otra vez, aquellos cabellos largos, finos y tostados en el lavabo.