lunes, 29 de marzo de 2010

Al otro lado

Sí, los hay. Hay otros mundos. Muchos, pero no es cuestión ahora de nombrarlos todos. Solamente voy a referirme a uno, en estas pocas horas de vida que me quedan. Uno en particular, el más cercano a nosotros.

Sí, es realmente cercano. A él se puede viajar. De hecho, todos vamos. Una vez. Y no volvemos.

Al menos la mayoría no vuelve. Algunos sí. El velo que separa ese otro mundo, ese que muchas veces llamamos el Otro Mundo por antonomasia, es fino, y débil, y fácil de rasgar. Una acumulación de sentimientos poderosos basta para ello, y no solamente nosotros tenemos sentimientos. Ellos, los que ya viajaron al otro lado, también. Su ira, su rabia, su dolor o su amor pueden rasgar el velo igual que nosotros. La diferencia principal entre nosotros y ellos es que el sentido del último viaje, y de todo en general, es de aquí hacia allí. Ellos normalmente nos ven, aunque de una forma distorsionada por el velo, pero nosotros a ellos normalmente no. Y cuando lo hacemos, los llamamos fantasmas.

Siempre se ha sabido que existen, aunque la ciencia no lo acepte. Los espíritus de los que morimos aquí pasan al otro lado. En realidad, los espíritus de todo lo que muere o desaparece aquí pasan al otro lado. Lo sé, porque lo he visto.

Morir no es la única manera de viajar allí. Hay hechizos y encantamientos que te lo permiten, aunque tu vista viva no será allí tan eficaz como lo será tras el Último Viaje. Pero se puede ir, y hablar con ellos, igual que podemos convocarlos a este lado para hacerlo. E igual que ellos se sienten perdidos al llegar aquí, forzados, y sus respuestas suelen ser crípticas, nos vemos perdidos nosotros al otro lado. No puedo describir lo que se ve, pero lo recuerdo. Hay cosas que me aterrorizan, y todas estuvieron aquí antes. Pero también he visto que allí me espera ella. No voy a esperar que se cumpla mi tiempo aquí. Allí el tiempo es distinto, sé que a ella no le parecen años lo que me tiene que esperar aún, pero a mí aquí sí me lo parecen.

Ah, siento la morfina haciendo sus efectos en mis órganos. Pronto estaré al otro lado. Mientras tanto, permíteme contarte cómo hice el viaje, ya que no sabría contarte lo que vi allí.

Todo empezó al mes y unos días de morir ella. Yo sentía que ella seguía conmigo. ¿Quién no siente eso, junto a un vacío enorme, cuando muere un ser querido? Pero noté pequeñas cosas. Sus objetos más personales, aquellos que le suponían sentimientos profundos cuando estaba aquí, como el broche de su abuela, o la esclava que le regaló su madre, aparecían a veces ligeramente movidos de sitio. Una noche, vi lo que pasaba: se movían solos, justo cuando más intensamente yo sentí su presencia en nuestra ahora vacía alcoba.

Más tarde supe lo que pasaba: ella trataba con todo su ser de recuperar sus preciados objetos, y la enorme fuerza que ella hacía para coger la imagen espectral de esas cosas allá en el otro lado causaba, por el enlace que hay siempre entre cualquier cosa y su imagen espectral, que el objeto se moviera aquí.

Empecé a investigar.

Todos me tomaban por loco cuando lo comentaba, hasta que llegué a aquella biblioteca. La vieja que prestaba los libros me escuchó, y por primera vez no me dio la impresión de que me tomaban por loco.

Y me llevó a aquel libro.

Allí explicaba lo que es el otro mundo en realidad: es parte del nuestro, la parte que se encuentra al otro lado de esa cortina que llamamos muerte, una cortina que solamente se puede atravesar en una dirección, pero por la que a veces te puedes asomar de un lado al otro si usas un ancla poderosa al otro lado, y la mejor son los sentimientos.

Tras un año de preparación para lo que podríamos llamar un viaje astral, aunque fue al otro lado del velo y no a éste, la vi de nuevo, a través del velo que había en mis ojos.

Ya mi entendimiento falla, por la morfina, pero no es por eso por lo que no puedo explicar lo que vi durante el viaje. Había cosas que me horrorizaron tras el velo, y antes estuvieron aquí. No había esquinas, pero tras cada esquina esperaba una sorpresa, y sentí los mayores miedos y las mayores alegrías. No puedo explicar lo que sucedió, ni cómo, pero la vi, allá, al otro lado, y entendí que me esperaba. Sé que el tiempo no pasa para ella como para mí, a ella no le parecen infinitos años los que me quedan de vida, pero a mí sí, y no quiero esperar tanto para volver a estar con ella.

La morfina está haciendo su efecto. Pronto me dormiré, y volveré a verla, ya sin velo en mis ojos. Tú, amigo mío, aprovecha estas torpes líneas para vivir más a fondo lo que te queda en este mundo, porque del otro no hay vuelta atrás permanente.