domingo, 10 de octubre de 2010

Espaciopuerto

Las naves de la coalición iban llegando al espaciopuerto, poco a poco, en pequeños grupos que no llamaran la atención de los medidores de campo electromagnético de la Federación.

En aquel momento entraba un crucero raksha, o eso debía ser, por su tamaño, aunque claro, nunca se sabía. Ya era bastante difícil comunicarse con ellos como para pretender conocer su tecnología. Las cosas básicas eran las mismas, evidentemente: la física no cambia porque no seas humano. Pero entrar a una de sus salas de máquinas era como poner al contramaestre del San Juan Nemopuceno en una nave moderna. O algo así, porque el Jefe de Mecánicos Nakashita González nunca había entrado en una nave raksha, ni sabía de nadie que lo hubiera hecho, pero una vez tuvo que reparar un simple regulador de gases y tardó varias horas simplemente en entender qué es lo que tenía delante.

Los estrategas y los Jefes de Ala comentaban lo difícil que había sido ponerse de acuerdo con ellos para la batalla de la cola del cometa Kater. Y no por falta de buena voluntad, sino simplemente porque no hablaban como nosotros, ni veían en nuestro mismo rango del espectro. Lo más que habíamos conseguido averiguar era que su lenguaje se basaba simultáneamente en pequeños chasquidos eléctricos y cambios de calor corporal, y eso gracias a que tras una batalla en tierra se pudo diseccionar a uno de ellos, y se descubrió que tenía un sistema detector de electricidad como el de los tiburones. Aquella gente no recogía a sus muertos del campo de batalla: se limitaban a cortar una parte del cuerpo de sus caídos que parecían ser las gónadas y recoger las pilas de energía de las armas, dejando el resto pudrirse.

Pero las necesidades de la guerra eran lo primero, y se consiguió comunicarse con ellos a nivel estratégico: se pudo adaptar un holoproyector para que dibujara las estrellas en el aire, en tres dimensiones, no sólo como puntos de luz blanca sino también infrarrojos. Entendieron rápidamente lo que los estrategas les querían enseñar: aquello era un plano del sistema y sus vecinos. Los rakshas que habían desembarcado hicieron ademán de girar el apéndice principal, lo que llamaríamos cabeza, para ver el mapa desde una perspectiva más familiar, y los ingenieros hicieron girar todo el mapa en el aire, en sentido contrario. No se tardó mucho más en entender la orientación de su sistema de coordenadas.

Los ingenieros hicieron entonces aparecer el cometa Kater en el mapa, moviéndose a una velocidad sensible, como una marca más fría pero aún brillante en el infrarrojo, y marcando también su estela. Quizá así podríamos comunicarnos con ellos en lo que respectaba a los tiempos.

Uno de ellos tocó con un dedo, que sería el nombre más adecuado, tres estrellas del mapa. Nadie entendía, hasta que el cabo Philippe le dijo al ingeniero que dibujara en el holoproyector el triángulo creado por aquellas tres estrellas. Al hacerlo se vio que el cometa atravesaba aquel triángulo, y se dio marcha atrás en el tiempo del holoproyector hasta que el cometa estuvo en aquél mismo plano.

- ¿Cuándo será eso?
- Dentro de dos días y seis horas estándar
- Bien, dibuje nuestros escuadrones y los de la Federación en una maniobra de campaña clásica en la cola del cometa. Bien. Ahora dibuje los escuadrones rakshas sueltos por ahí.

Uno de los estrategas rakshas pareció entender el dibujo, e hizo ademán de mover con su dedo sus escuadrones como quien mueve una ficha de parchís. El ingeniero hizo que el puntito azul siguiera el dedo del raksha hasta que lo dejó quieto.

- ¡Es una maniobra de flanqueo! Ponga el resto de sus escuadrones para completar la maniobra, y saque un grupo de cazas nuestros para cubrir el punto ciego.

El ingeniero cumplió lo que se le pedía. Los rakshas sugirieron algunas posiciones adicionales, y dos días después las fuerzas de la Federación fueron sorprendidas por dos grupos de combate humanos y un enjambre de naves rakshas. Cada grupo iba por su cuenta, sin que pudieran cubrirse mutuamente, como haría cualquier grupo de pilotos de caza, y a pesar de que casi doblaban la potencia de fuego del convoy de la Federación estuvieron cerca de perder. Las bajas fueron importantes en ambos grupos de combate, pero las naves de la Federación fueron completamente destruidas.

Poco a poco se fueron mejorando las técnicas de comunicación militar con los rakshas, y se les entregó un holoproyector enlazado por radio con el de la mesa de estrategia, para que pudieran seguir las reuniones a distancia. Se notaba que no les gustaba estar en la base, probablemente había demasiado ruido térmico. Nunca sabremos cómo fue posible su primer desembarco pacífico en la base, sin que nadie disparara. Fue simplemente una de esas cosas que simplemente ocurren: una nave raksha apareció en las pantallas, se acercó ni demasiado rápido ni demasiado lentamente, entro al espaciopuerto, se orientó, atracó mediante sus propias pinzas magnéticas y tres rakshas en sus escafandras aparecieron en el ascensor, todo ello sin que a nadie le entrara la locura de disparar. Cruzaron la puerta neumática y entraron a la cubierta habitada, y fueron conducidos a la sala de estrategia. No se consiguió nada, pero el primer contacto estaba hecho.

A partir de aquel momento naves rakshas empezaron a aparecer en los combates contra la Federación, y soldados rakshas en los asaltos de tierra. Y hubo muertos propios por las armas de los rakshas, probablemente porque los marines de la Federación y los soldados nuestros les parecían todos iguales. Pero se logró la Alianza.

Y ahora, un crucero raksha estaba entrando en el espaciopuerto, en aquella base secreta en la que se habían dado cita las flotas raksha y nuestra, para el ataque definitivo contra la Armada Federal.

Tan importante como aprender a comunicarse había sido, antes, vencer el miedo a aquellos primeros rakshas que fueron a la mesa de estrategia.

lunes, 29 de marzo de 2010

Al otro lado

Sí, los hay. Hay otros mundos. Muchos, pero no es cuestión ahora de nombrarlos todos. Solamente voy a referirme a uno, en estas pocas horas de vida que me quedan. Uno en particular, el más cercano a nosotros.

Sí, es realmente cercano. A él se puede viajar. De hecho, todos vamos. Una vez. Y no volvemos.

Al menos la mayoría no vuelve. Algunos sí. El velo que separa ese otro mundo, ese que muchas veces llamamos el Otro Mundo por antonomasia, es fino, y débil, y fácil de rasgar. Una acumulación de sentimientos poderosos basta para ello, y no solamente nosotros tenemos sentimientos. Ellos, los que ya viajaron al otro lado, también. Su ira, su rabia, su dolor o su amor pueden rasgar el velo igual que nosotros. La diferencia principal entre nosotros y ellos es que el sentido del último viaje, y de todo en general, es de aquí hacia allí. Ellos normalmente nos ven, aunque de una forma distorsionada por el velo, pero nosotros a ellos normalmente no. Y cuando lo hacemos, los llamamos fantasmas.

Siempre se ha sabido que existen, aunque la ciencia no lo acepte. Los espíritus de los que morimos aquí pasan al otro lado. En realidad, los espíritus de todo lo que muere o desaparece aquí pasan al otro lado. Lo sé, porque lo he visto.

Morir no es la única manera de viajar allí. Hay hechizos y encantamientos que te lo permiten, aunque tu vista viva no será allí tan eficaz como lo será tras el Último Viaje. Pero se puede ir, y hablar con ellos, igual que podemos convocarlos a este lado para hacerlo. E igual que ellos se sienten perdidos al llegar aquí, forzados, y sus respuestas suelen ser crípticas, nos vemos perdidos nosotros al otro lado. No puedo describir lo que se ve, pero lo recuerdo. Hay cosas que me aterrorizan, y todas estuvieron aquí antes. Pero también he visto que allí me espera ella. No voy a esperar que se cumpla mi tiempo aquí. Allí el tiempo es distinto, sé que a ella no le parecen años lo que me tiene que esperar aún, pero a mí aquí sí me lo parecen.

Ah, siento la morfina haciendo sus efectos en mis órganos. Pronto estaré al otro lado. Mientras tanto, permíteme contarte cómo hice el viaje, ya que no sabría contarte lo que vi allí.

Todo empezó al mes y unos días de morir ella. Yo sentía que ella seguía conmigo. ¿Quién no siente eso, junto a un vacío enorme, cuando muere un ser querido? Pero noté pequeñas cosas. Sus objetos más personales, aquellos que le suponían sentimientos profundos cuando estaba aquí, como el broche de su abuela, o la esclava que le regaló su madre, aparecían a veces ligeramente movidos de sitio. Una noche, vi lo que pasaba: se movían solos, justo cuando más intensamente yo sentí su presencia en nuestra ahora vacía alcoba.

Más tarde supe lo que pasaba: ella trataba con todo su ser de recuperar sus preciados objetos, y la enorme fuerza que ella hacía para coger la imagen espectral de esas cosas allá en el otro lado causaba, por el enlace que hay siempre entre cualquier cosa y su imagen espectral, que el objeto se moviera aquí.

Empecé a investigar.

Todos me tomaban por loco cuando lo comentaba, hasta que llegué a aquella biblioteca. La vieja que prestaba los libros me escuchó, y por primera vez no me dio la impresión de que me tomaban por loco.

Y me llevó a aquel libro.

Allí explicaba lo que es el otro mundo en realidad: es parte del nuestro, la parte que se encuentra al otro lado de esa cortina que llamamos muerte, una cortina que solamente se puede atravesar en una dirección, pero por la que a veces te puedes asomar de un lado al otro si usas un ancla poderosa al otro lado, y la mejor son los sentimientos.

Tras un año de preparación para lo que podríamos llamar un viaje astral, aunque fue al otro lado del velo y no a éste, la vi de nuevo, a través del velo que había en mis ojos.

Ya mi entendimiento falla, por la morfina, pero no es por eso por lo que no puedo explicar lo que vi durante el viaje. Había cosas que me horrorizaron tras el velo, y antes estuvieron aquí. No había esquinas, pero tras cada esquina esperaba una sorpresa, y sentí los mayores miedos y las mayores alegrías. No puedo explicar lo que sucedió, ni cómo, pero la vi, allá, al otro lado, y entendí que me esperaba. Sé que el tiempo no pasa para ella como para mí, a ella no le parecen infinitos años los que me quedan de vida, pero a mí sí, y no quiero esperar tanto para volver a estar con ella.

La morfina está haciendo su efecto. Pronto me dormiré, y volveré a verla, ya sin velo en mis ojos. Tú, amigo mío, aprovecha estas torpes líneas para vivir más a fondo lo que te queda en este mundo, porque del otro no hay vuelta atrás permanente.