jueves, 2 de abril de 2009

Fantasmas

Llevaban 10 años casados. Al poco tiempo de conocerse ella le preguntó si él creía en los fantasmas, él se echó a reír y le dijo que no, pero viendo la cara de seriedad de ella, se dio cuenta que la pregunta iba en serio. Ella le dijo que sí creía, no por nada en especial, sólo para poder volver después de la muerte y poder velar por sus seres queridos.

Después de 10 años de casados, no habían tenido hijos, los médicos le decían a ella que por su genética si quedaba embarazada corría riesgo su vida. Ellos habían hecho caso de los médicos hasta entonces.

Un día, ella, estando los dos en la cama, le dijo que le daba igual el riesgo, que quería tener un hijo, quería saber lo que se siente, y quería poderle hacer a él el regalo de la vida. Él le dijo que no, que ni hablar, que eran felices así como estaban. Pero ella insistió día tras día hasta que él accedió.

A las pocas semanas, en el baño, el test dio positivo. Estaban embarazados. Había una mezcla de alegría y pena porque sabían lo que podía pasar. El embarazo transcurrió apenas sin problemas, pero a la hora del parto, la cosa cambió. Ella sufría de tremendos dolores que le decían que algo no iba bien, que la muerte era inminente. La pudieron mantener con vida el tiempo justo como para poder ver a su hija. Una niña preciosa, de colorados mofletes y grandes ojos que la miraba agradecida. Y murió tranquila y feliz.

Ahora le tocaba a él hacer la parte difícil, criar a una niña recién nacida sin su madre.

Una noche mientras dormían después de un relajante baño y una cálida cena, la niña emitía unos gemidos suaves pero audibles, él debido al cansancio no se enteraba de los gemidos de la niña. Ella se estaba ahogando con una pequeña flema que tenía en la garganta. Algo lo despertó, un fuerte golpe en la puerta del armario. Al despertar oyó claramente los gemidos de su hija y corrió hasta su cuna. Llegó a tiempo. Cogió a la niña y la sacudió dos o tres veces fuerte con golpes en la espalda. La niña echó su flema, y estando él sentado acunando a la niña, en el umbral de la puerta vio una luz blanca. Encendió la luz y allí, quieta y sonriente vio a su querida y amada esposa. Él no podía articular palabra, y ella con una voz muy suave le dijo: -Te dije que creía en los espíritus para velar por mis seres queridos, y desde que me fui, no he dejado de cuidaros. Yo he sido la que te ha despertado, y no pienso marcharme nunca de vuestro lado-. Él con lágrimas en los ojos, dejó a la niña cuidadosamente en la cuna y se fue a su cama. Se quedó dormido mientras su esposa lo velaba sentada a los pies su cama.

Cuando por la mañana despertó, se dio cuenta de muchas cosas, de las veces que había tenido accidentes con la niña, bañándola, o pequeños descuidos que habían acabado bien, y sobretodo, ahora podía saber con claridad, que las canciones de cuna que oía por las noches, no eran parte de su imaginación.

2 comentarios:

Envite dijo...

Precioso

Agnes dijo...

Me alegra mucho que te haya gustado :)