miércoles, 17 de septiembre de 2008

Llegada al Aro

Bahnberg pasó el primer control de identidad. Enseñó su tarjeta, la pasó por el lector como quien pasa un billete de tubo y siguió adelante. El segundo control fue igualmente sencillo. El billete de lanzadera hizo el trabajo. Siguió adelante con su pequeño maletín.

Hacía tiempo que Europa no lo llamaba para una misión de estas. Subir al Aro. La última vez casi murió allí. O fuera de allí.

Pasó el tercer control: huellas dactilares, calor corporal y huella ocular. Un invento el cacharro ese, algún pirado de la vieja NSA que seguro que venía del MIT combinó el viejo lector de iris y el menos conocido retinógrafo, ambos de finales del siglo XX, en un único aparato bastante sencillo de usar, y prácticamente imposible de engañar.

Prácticamente.

Bahnberg llegó con el maletín al avión, se sentó, oyó sin atención las instrucciones de seguridad y continuó pensando en la última vez que estuvo en el Aro.

En aquel entonces el Aro estaba en aún construcción. Europa, Estados Unidos e India lanzaban una sección cada pocos años, y había que subir en transbordador, los herederos del Challeneger. Cada sección en órbita era un enorme contenedor estanco, básicamente, con unos paneles solares gargantuescos y una gran ventana. Todos tenían algún tipo de jardín frente a la ventana, por la cosa del oxígeno. La ventana siempre apuntaba hacia el exterior del Aro, con lo cual el jardín tenía un ciclo de luz y oscuridad semejante al natural.

Cada contenedor tenía un número, evidentemente, y también un nombre. Nombres de científicos, prácticamente desconocidos todos. Salvo el primero, que llevaba el nombre de un tal Larry Niven. Bahnberg solo sabía que no era un científico sino algún tipo de autor. Cada uno tenía algunos sectores de vivienda y de almacenes, y debía poder ser autónomo. Pero la mayor parte del espacio de cada contenedor, o HOU, como se llamaban oficialmente, tenía un gran espacio para uso diverso. El Larry Niven-1 tenía una planta de potabilización de agua y un gran reservorio. El Turing-9 tenía una planta química capaz de hacer cualquier cosa, con tal de tener los reactivos necesarios. El Chandrasekhar-2 una planta nuclear, y así sucesivamente.

Los primeros quince HOU habían sido lanzados a órbitas bastante cercanas entre sí. En realidad se movían muy poco unos con respecto a otros. Se movían tan poco unos respecto a otros que los obreros habían inventado el baloncesto espacial: tratar de acertar en la escotilla del HOU que estaba en montaje desde la escotilla del anterior, a un kilómetro de distancia. Y se habían hecho bastante buenos en ello. No perdían muchos balones, y no solamente por la red de seguridad que rodeaba siempre un contenedor en construcción.

Los obreros de la construcción siempre eran obreros, ya fuesen albañiles trabajando de sol a sol en destrozar una costa para el turismo, silbando a las tías buenas que pasaban por la calle, o ingenieros aeroespaciales montando estaciones orbitales, bromeando y mirando sin pudor a los oficiales sexualmente compatibles y a las tripulaciones de carga. Trabajaban en turnos cortos, nunca más de tres semanas seguidas y nunca menos de tres semanas de descanso. La descalcificación orbital y la pérdida de equilibrio no perdonaban, y cualificar a un ingeniero aeroespacial como soldador, electricista, fontanero, jardinero, alicatador y astronavegador salía muy caro como para tener que darles una baja permanente.

Bahnberg recordaba la escena cuando llegó y le explicaron las normas de seguridad a bordo:

-Cada Hábitat Orbital Unitario está bajo una jurisdicción distinta. Todos se encuentran bajo el Convenio Internacional para la Estación Orbital Geosincrónica Periterráquea, pero aparte de lo establecido en el Convenio cada HOU se encuentra bajo las leyes del país de lanzamiento, sea Europa, Estados Unidos o India. Así que tenga en cuenta que, por ejemplo aquí en el Larry Niven, no puede utilizar dispositivos inalámbricos de ningún tipo sin autorización previa. Las armas están prohibidas en todos los HOU.
-Tengo una autorización, señor...
-Secretario Ferdinandi, Agente Bahnberg.
-Le decía que tengo una autorización expresa del Consejo del Convenio para portar armas a bordo, Secretario.
-Llámeme simplemente Ferdinandi, Agente, pero de todos modos deberá depositar sus armas aquí.

Siendo la primera vez, Bahnberg no sabía el terreno que pisaba, así que entregó su pistola reglamentaria, su navaja suiza y su cortador láser.

-La herramienta multiuso la puede conservar, Agente Bahnberg, en los HOU europeos no se la considera un arma.
-¿Y cómo realizaré mi trabajo? Le recuerdo que se trata de una investigación de asesinato. Un hombre ha muerto aquí arriba, lo que quiere decir que hay un asesino, y que puede matar otra vez.
-Tenga, estas son las armas autorizadas en la EOGP. No suponen riesgo para el casco ni la ventana, en sus usos normales.

Ferdinandi entregó un maletín a Bahnberg y, sin pausa, caminó hacia los camarotes, sin dar a Bahnberg tiempo para abrirlo.

-En estos quince HOU se utiliza la hora de Arabia, UTC+3. No creo que tenga que viajar a los demás.
-¿Los satélites de comunicaciones?
-Preferimos llamarlos HOU de campo EM. Son cinco, repartidos a distancias iguales...
-Ya lo sé, Ferdinandi. A distancias iguales sobre la órbita del Aro de manera que entre todos cubren toda la superficie de la Tierra y a la vez pueden verse unos a otros.
-Exacto.
-¿Por qué lo de Campo EM?
-Porque no solamente se utilizan para comunicaciones, Agente Bahnberg. Utilizan la mayor parte del espectro EM: hacen radioastronomía, observaciones meteorológicas...
-Y de espionaje.
Ferdinandi miró con un poco de cara de disgusto a Bahnberg, pero su perfecto entrenamiento condicionado de Secretario no permitió que fuese más que un momento.

-...observaciones de astronomía óptica e infrarroja y coordinadas de Rayos X y Rayos Gamma. Se comunican con la Tierra y entre sí en radio, microondas y láser.
-Bien.
-Le decía que en estos satélites utilizamos la hora de Riyad- Ferdinadi no dejaba escapar su deber -. Le sugeriría que sincronizara su tira de muñeca con ella, sus procesadores lo harán automáticamente. La cena es a las siete, hora local.
-De acuerdo, gracias.

Ferdinandi salió y Bahnberg por fin abrió el maletín de armas, de acero plastificado rojo. Vio una pistola táser, una pistola de aire comprimido, una especie de bolígrafo con altavoz y algo que reconoció como un generador de impulsos electromagnéticos. Además, había un juego de tarjetas llave que seguramente servirían para todas las cerraduras de los sectores. Cogió otra vez la pistola de aire comprimido mientras pedía un té a la autococina del camarote y sonrió.

-¿Qué hago yo con esto?

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